Una inversión de la literatura norteamericana

Señales que precederán el fin del mundo
Autor: Yuri Herrera
Editorial: Periférica
Cáceres, 2010

Sería difícil encontrar una novela mexicana contemporánea que presente una alegoría más subversiva de las relaciones entre México y Estados Unidos que la novela de Yuri Herrera Señales que precederán al fin del mundo (2010). Esta novela escueta, cuyo tono surrealista ha dado lugar a comparaciones con Pedro Páramo, constituye una especie de inversión de la tradición de la crónica de la frontera norteamericana que demoniza al mexicano como lo otro: aquí tenemos un cuento de la frontera narrado desde la perspectiva mexicana, donde son los Estados Unidos los que representan el espejo infernal.

La protagonista de la historia es Makina, una joven mujer mexicana que se embarca en una misión a través de la frontera para buscar a su hermano desaparecido. Su viaje a los Estados Unidos tiene todo el significado mítico de un viaje al inframundo, como se ejemplifica en este pasaje que describe su primera experiencia al llegar al suelo estadounidense:

Luego vio de lejos un árbol y debajo del árbol a una mujer embarazada. Vio su vientre antes que las piernas o su rostro o la cabellera y vio que reposaba a la sombra del árbol. Y pensó que ése era buen augurio si alguno: un país donde una que anda de cría camina por el desierto y se echa a dejar que ésta le crezca sin ocuparse de nada más. Pero conforme acercaban discernió los rasgos de la gente, que no era mujer; ni era la suya panza de embarazo; era un pobre infeliz hinchado de putrefacción al que los zopilotes ya le habían comido los ojos y la lengua. (Herrera 2010, 47-48)

Esta poderosa imagen perturbadora de lo que parece a lo lejos ser una metáfora de una tierra de esperanza y promesa, pero que en un análisis más detallado se revela como un símbolo de la putrefacción y la decadencia, presagia un tema subyacente en la novela, pues el sueño de un futuro brillante que atrae a la gente como el hermano de Makina para cruzar la frontera resulta en última instancia no ser nada más que un espejismo; como el hermano de Makina lo dice: “Ya se nos olvidó a qué nos veníamos, pero se nos quedó el reflejo de actuar como si estuviéramos ocultando un propósito”  (Herrera 2010, 103). Para la propia Makina, que, como Orfeo, ha cruzado solo con la esperanza de recuperar a un ser querido, este inframundo infernal es desconcertante. “No entiendo este lugar”, le dice a Chucho, su Caronte mexicano en esta mítica travesía, a lo que el segundo responde:

No se agüite. Ellos [los estadounidenses] tampoco lo entienden, viven asustados de que se les vaya la luz, como si no viviéramos entre relámpagos y apagones. No se agüite. Nos necesitan. Quieren vivir eternamente y todavía no se dan cuenta que para eso deben cambiar de color y de número. Pero ya está sucediendo. (Herrera 2010, 116)

De esta manera, Makina finalmente aprende que su misión en el inframundo no es salvar a su hermano perdido, sino salvar al inframundo de sí mismo. El mayor temor de la nación de Trump -la subsunción de la América anglosajona a manos de la inmigración mexicana- de esta manera se revela como su salvación.

La novela de Herrera es una alegoría poética de las relaciones de México con su vecino que invierte la tradición establecida en la literatura norteamericana de representar México como el Otro infernal. La venganza es agridulce, irónica y sumamente iluminadora.

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